viernes, 6 de marzo de 2020

Una mirada a través del cristal


El helicóptero se posó sobre el edificio, y con presteza casi una veintena de personas extraían de su interior a un joven varón de dieciocho años; su vida corría peligro: un accidente de moto lo deslizó por la carretera hasta despeñarlo por un barranco de escasa altitud. Pocos minutos transcurrieron para que los profesionales se ubicaran en derredor a su maltrecha figura con el objetivo de salvar su vida. Ardua tarea, sin duda.  
La máxima responsabilidad de aquel quirófano recaía en Luisa Martín. Ostentar el cargo de jefa de cirugía en aquel hospital tenía sus complejidades. Un error, por nimio que fuere, podría ser fatal para alguien que atravesara la coyuntura de aquel muchacho. Pero la doctora Martín nació para esos menesteres. Estaba hecha de otra pasta: bucear por entre órganos limítrofes entre sí, vitales la mayoría de ellos, sin apenas espacio para poder trabajar, bañados por aquel tinte rojo, que se derramaba peligrosamente hacia el exterior, lo que debilitaba aún más la escasa vida del paciente, complicando sobremanera la operación; amén de todos los huesos (rotos la mayoría o astillados) y músculos, también con desperfectos. Cada uno con su tarea, con una función para el ser humano. Aquellos accidentes eran terribles, siempre dejaban huella en sus recuerdos.
Luisa Martín se movía sin tensión, con gracilidad y decisión. El bisturí constituía una prolongación de su cuerpo enjuto, al igual que las pinzas, las tijeras e, incluso, la radial. ¿Cómo era posible? Cualquier persona se desmoronaría ante aquella situación, consciente de que la vida de una persona se supedita a sus conocimientos, mañas y experiencia. Una auténtica pesadilla. Ella no pensaba eso, al contrario. La doctora Martín con aquellos artilugios ganaba porciones de terreno a la parca y al tiempo (en su contra) para beneficio de aquella persona acostada ante ellos, con tal grado de indefensión que ruborizaba; también para el de sus seres queridos.
‘Es usted una heroína’ o ‘son ustedes unos héroes’ comentaban muchos familiares alcanzados de lleno, sorpresivamente, por aquellas situaciones, las cuales las personas suelen rezar para no conocerlas jamás. Ese llanto -el de la preocupación, el dolor, la impotencia o la frustración- tornaba a otro más amable y llevadero. Lágrimas sinceras de alegría e infinito agradecimiento cuando Luisa Martín salía de la operación y masticaba (la saliva densa, la boca seca) aquellas palabras: ‘hemos logrado estabilizar a su hija’ o ‘hemos podido revertir la situación, dentro de la gravedad se encuentra estable. Si todo sigue su curso debemos confiar’.
No se consideraba una heroína. Era una mujer de carne y hueso, con sus problemas y preocupaciones. Pagaba los recibos, sus hijos enfermaban de gripe y soportaba modales que dejaban que desear en comercios y faltas de consideración en el transporte público. Más humano que eso nada, pensaba.
Al otro lado, el desasosiego, la impaciencia, el desconocimiento de si su hijo había muerto ya o hacía un rato. Ignoraba si lograría vivir y, de ser así, si sus secuelas lo postrarían o mermarían ostensiblemente, siendo inexistente calidad de vida alguna. Le parecía increíble que su cerebro reprodujera tales pensamientos de su hijo, de su niño pequeño, de su vida. El reloj desarrollaba su función, y aquel desolado y abatido padre contaba siete horas ya desde que llegó a aquella desabrida sala de espera.
Tres horas después apareció con el rostro agotado Luisa Martín. El miedo atenazó a aquel hombre y deseó que aquella doctora no dijese nada. Durante unos segundos se decantó por mantener la esperanza de que su hijo no hubiese muerto.
-Es usted el padre…
Le dijo que así era, casi con un hilillo de voz. Tras acercarse en apenas dos relampagueantes zancadas comentó implorando la negación a su pregunta:
- ¿Ha muerto?
-La operación ha salido como esperábamos. Su hijo está grave y tendremos que esperar su evolución… Somos optimistas. Es joven y sus ganas de vivir…
Un llanto (el amable, el llevadero) brotó de aquel hombre rompiendo el hielo de la sala mientras la abrazaba.
-Gracias, doctora. Es usted una heroína, al menos la de mi hijo y, por supuesto, la mía.
-Agradezco la calidez de sus palabras, pero sólo desempeño mi trabajo y, para ello, cuento con un equipo de profesionales excelentes, -le dijo devolviéndole el abrazo.



Hoy sí; mañana, tal vez

Aquel rostro proyectaba angustia, los ojos exageradamente abiertos parecían suplicar al oxígeno invisible que pululaba por aquella estan...